Razón crítica
La reificación de la inflación
Los sociólogos Peter L. Berger y Thomas Luckmann plantean que el orden social es un producto humano. Es una producción constante realizada por el hombre en el curso de su continua externalización. Esta última constituye una necesidad antropológica. El ser humano no se concibe dentro de una esfera cerrada de interioridad estática, continuamente tiene que externalizarse en actividad.
En este contexto de externalizaciones, que van siendo habituadas por las personas y se repiten y reproducen con frecuencia por parte de éstas, surgen las instituciones. Éstas implican historicidad y control. Las instituciones siempre tienen una historia, de la cual son productos. Por el hecho mismo de existir controlan el comportamiento humano estableciendo pautas (control social). Son el deber ser. Todas las instituciones aparecen dadas, inalterables y evidentes por si mismas. El mundo institucional posee el carácter de realidad histórica y objetiva. Éstas se van cristalizando en una especie de cosificación de la realidad. En este sentido crecen y tienen una autonomía. Asimismo, se endurecen, se hacen cada vez mas difícil de desestructurarlas o romper. Las instituciones son una externalización que luego se objetivan, se internalizan y nos producen a nosotros mismos.
Una vez que se profundiza lo comentado en el párrafo anterior, aparece la reificación. Ésta es la aprehensión de fenómenos humanos como si fueran cosas, en términos no humanos, o posiblemente suprahumanos. La reificación implica que el hombre es capaz de olvidar que el mismo ha creado el mundo humano. El mundo deificado es un mundo deshumanizado. En el momento mismo que se establece un mundo social objetivado, no esta lejos la reificación. La objetividad del mundo social significa que enfrenta al hombre como algo exterior a él mismo.
El periodista Federico Rivas Molina dice lo siguiente en El País: “Durante la campaña electoral para las presidenciales que ganó hace ocho años, Mauricio Macri dijo que “lo más fácil” era bajar la inflación. Recibió un IPC del 26,9% de Cristina Kirchner y le entregó otro del 53,8% a Alberto Fernández. El actual ministro de Economía, Sergio Massa, adelantó en diciembre pasado que su objetivo era “que la inflación baje al 3% en abril”. El 6,6% registrado en febrero volvió inalcanzable esa meta. El IPC interanual difundido este martes alcanzó el 102,5%, la más alto desde 1991, y nada indica que vaya a bajar para diciembre próximo. La realidad se empecina en contrariar a los políticos y economistas argentinos. El país sudamericano duplica desde 2015 su inflación cada cuatro años”. Como se puede observar en los datos que sintetiza Rivas Molina, la inflación es incontrolable en nuestro país. Dicho en otros términos, anclados en las nociones de Berger y Luckmann, el índice inflacionario en Argentina es una institución reificada. Ya cuenta con una historia propia y una institucionalización que la ha naturalizado ante los ojos de la sociedad civil nacional. Pasan los gobernantes de turno y ella continúa allí presente como gran contingencia social. En esta línea, los argentinos parece habernos acostumbrados a vivir con ella. Así, los debates ya no pasan por cómo solucionarla, sino por ver cuáles son los alternativas para resguardarnos de ella. En estos términos pareciera que se habla de un fenómeno natural, como la lluvia. Cuando en realidad no debiera ser así.
El primer paso hacia el fracaso en el control inflacionario es la reificación de la misma. Si se tiende a naturalizar este fenómeno macroeconómico como algo ya establecido, corriente y cotidiano, las posibilidades de una eficiente gestión del mismo se tornan imposibles.
Julián Lazo Stegeman