Pbro. Jorge H. Leiva
Vamos a Nicea a reanimar la esperanza
Al saludar a los periodistas al final de su audiencia en el Aula Pablo VI el 12 de mayo de 2025, el Papa León XIV reveló que estaba preparando un viaje a Turquía para conmemorar el 1700 aniversario del Concilio de Nicea, ciudad de lo que entonces se llamaba Asia Menor.
Este viaje, con su fuerte dimensión ecuménica, formaba parte de los proyectos previstos
antes de la muerte del Papa Francisco y podría haber tenido lugar a finales de este mes.
Aunque no había sido anunciado oficialmente, Francisco había expresado su intención de
viajar a finales de mayo antes de enfermarse y había invitado al patriarca ecuménico de la
Iglesia ortodoxa y arzobispo de Constantinopla, Bartolomé I, a unirse a la visita.
Dice el catecismo universal de la Iglesia: El primer Concilio Ecuménico de Nicea, en el
año 325, confesó en su Credo que el Hijo de Dios es «engendrado, no creado, "de la misma
substancia" que el Padre» y condenó a Arrio que afirmaba que "el Hijo de Dios salió de la
nada" y que sería "de una substancia distinta de la del Padre”.
A los hombres del siglo XXI nos puede sonar esto como una mera abstracción todo esto,
pero, sin embargo, este es un misterio decisivo: si El Hijo no es verdadero Dios y verdadero
hombre nada ha cambiado en la vida de la humanidad luego del hecho que dividió la
historia es decir el nacimiento de Jesús en Belén del que estamos haciendo memoria en este
jubileo del 2025.
Es que el Hijo encarnado es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre y como
decía el concilio vaticano II “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del
Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es
decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del
Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación”.
Quienes peinamos canas hemos visto recrudecer las agresiones a la dignidad humana pero
también hemos escuchado y leído a San Juan Pablo II que nos “acompañó” durante nuestra
juventud con su preclara enseñanza. Nicea es muy actual porque la encarnación de Jesús, al
revelar la dignidad humana, nos llama a vivir con solidaridad y a cuidar de los demás,
reconocidos como nuestros hermanos y hermanas. La solidaridad es el principio que nos
guía a actuar de manera que respete la dignidad de cada persona. Así de este modo los
derechos humanos, que brotan de la dignidad de la naturaleza humana, no dependen de la
voluntad de los poderes públicos, sino que son objetivamente verdaderos. Con la realidad
de lo profesado en aquel concilio del que en comunión con el papa León haremos memoria
hemos de afirmar que en tantos rostros destrozados por la falta de familia y educación, la
injusticia, la guerra, el hambre, el destierro, la desorientación y la droga dependencia
(amargo fruto del narcotráfico) resplandece el Rostro de Jesús de Nazaret, Hijo del Padre
Eterno e Hijo de María Virgen en quien se esclarece plenamente el misterio del cada ser
humano que vino, viene y vendrá a este mundo.
Cada rostro humano tiene un “reflejo divino” y en Nicea, hace 1700 años, hemos
reafirmado la fe en Jesús verdadero Dios de la misma substancia que el Padre Eterno.
¡Viajemos juntos a Nicea con León XIV!
¡La esperanza no defrauda!