Así será en lo sucesivo
Por Mario Alarcón Muñiz Desde el nacimiento del siglo XX El Debate anda trajinando la calle. Decirlo es muy sencillo. Pero son 112 años. Todos los días. Amaneceres y atardeceres. Y esta mañana otra vez. Como si el tiempo no pasara. De nuevo las páginas de Peregrina Vittori y Jacinto Alvarez contándonos lo que sucede, poniéndonos al tanto de las cosas, opinando. Ellos, los fundadores, ya no están. Pero el impulso inicial es el mismo.
En realidad, el tiempo pasa. A 1901 lo vemos allá lejos, detrás de los almanaques deshojados. De aquel Gualeguay sólo quedan las plazas, las iglesias y el teatro. Todo lo demás cambió o se fue. Hasta el empedrado. Sin embargo El Debate sigue en las manos de la gente. Consiguió una vez, tras largo batallar, la creación de la Escuela Normal. Contribuyó a inaugurar el voto universal y secreto. Después estalló la primera guerra mundial. El país votó Yrigoyen. Un general pisoteó la Constitución y trepó al poder. El fraude hizo de las suyas. En Europa, Hitler, Mussolini, el espanto, segunda guerra mundial, bomba atómica. Aquí apareció Perón. Las multitudes reclamando y obteniendo su lugar. Otra vez los generales. Gualeguay se quedó sin luz y ahí estaba El Debate impulsando y logrando la creación de la Cooperativa Eléctrica. Frondizi y el petróleo. Y de nuevo los generales para dar paso a una democracia dosificada y débil. Otros generales la degollaron. El Cordobazo. Perón de regreso y su adiós. Más generales, esta vez portadores de una crueldad inusitada. Desapariciones, torturas, muertes, de a miles. Los ingleses, las Malvinas, la derrota y entonces el final del horror. Votamos un día. Desde allí para siempre. Toda esa compleja y variada historia de luces y sombras ha quedado guardada, día por día, en las páginas de El Debate, junto a miles de historias menores. Seguirá este diario publicándolas en cada amanecer porque es su misión. Es ocioso señalar que no ha sido fácil el tiempo transcurrido. En varias etapas la vida del diario ha oscilado entre la censura y las amenazas. Publicar ciertas cosas produce malestar en determinados sectores, principalmente en el poder. No es novedoso. Casi siempre ha sido así. Claro que los procedimientos han variado. Antiguamente clausuraban el periódico, empastelaban la imprenta, ponían preso al periodista, lo asesinaban o lo desaparecían. Las formas actuales, sin dejar de ser groseras, parecen algo más sutiles. De todos modos el objetivo es el mismo: silenciar en procura del pensamiento único. Que no haya voces disidentes. Es decir, una postura típicamente fascista. En democracia la disidencia es un factor fundamental para encontrar las mejores soluciones. Ya en la Francia pre-revolucionaria, Rousseau, Voltaire y Montesquieu, en defensa de la libre expresión coincidían en sostener que "el disenso impulsa el avance de las artes, las ciencias y la participación política." En otras palabras, el disenso enriquece. Claro que es menester saber aprovecharlo, porque demanda sabiduría política, un elemento básico en peligro de extinción en nuestro país. En su larga trayectoria El Debate -fiel a la línea fundadora- ha planteado el disenso como una contribución a la democracia. Así será en lo sucesivo, no caben dudas, porque es un compromiso sustentado por 112 años de conducta democrática.
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