Pbro. Jorge H. Leiva
Caminar y retornar
Nuestra vida es sendero: desde el primer instante de nuestra existencia en el seno de nuestras madres hemos comenzado a caminar hasta que demos el último paso que es el del acontecimiento trascendental de la muerte.
Por eso también la vida es río que va a dar al mar como lo decía el poeta español Manrique según lo estudiábamos en la secundaria: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos”.
Es muy conocida también la imagen del gran poeta de Gualeguay Juan L. Ortiz con sus versos que tendríamos que saber de memoria: “Corría el río en mí con sus ramajes./ Era yo un río en el anochecer,/y suspiraban en mí los árboles,/y el sendero y las hierbas se apagaban en mí./¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!” Ese río que nos atraviesa nos recuerda permanentemente nuestro carácter de caminantes aprendices, seres históricos tras la esperanza.
Pero, así como la vida tiene la imagen de un camino o de un río lineal que nos habla de los fugaz (“nunca nos bañamos en el mismo río” decía Heráclito) también tiene la imagen de un círculo en el que vamos girando regresando a viejos sitios. En este sentido los que fuimos niños en la década del `70 nos criamos oyendo aquello de Tejada Gómez: “uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida”. En efecto a veces nos parece que estamos viviendo lo ya vivido; por ejemplo, cuando se acercan las semanas de lo que desde unos años atrás se llaman “las fiestas” nos da la sensación de regresar con cierto placer a lugares donde hemos conocido el cobijo familiar. Pareciera entonces-en esas ocasiones- que estamos en un permanente regreso según aquello del Eterno retorno del que hablaba Nietzsche.
Este pensador decía que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente. Los franceses hablan de Déjà vu (en francés ‘ya visto’) como de un reconocimiento de alguna experiencia que se siente como si se hubiera vivido previamente. ¿Es entonces la vida un camino lineal o un círculo al que se regresa?
Quizá en nuestra percepción sea las dos cosas a la vez: nacimos, crecimos, nos envejecemos linealmente recorriendo dos puntos; y a la vez también regresamos cada año a los “viejos sitios donde hemos amado la vida”. Volveremos dentro de unas semanas a celebra Navidad con los pequeños rituales cristianos, el pesebre, la corona de adviento, el canto de los villancicos, las fiestas familiares, las celebraciones en las parroquias. Regresaremos circularmente a esos relatos anuales que vuelven como en círculos para dar sentido al andar lineal entre los dos extremos, es decir los de nacer y morir. Y todo esto en el marco del corazón de cada uno llamado por un nombre y en el marco de comunidades, familiares, religiosas, populares.
Totalmente distinto a esto es la fiesta del consumo que no es ni lineal ni circular porque sólo apunta al marketing que no tienen ni comienzo ni fin, ni relato, ni regreso. Cada cual en estas últimas semanas del año elegirá si quiere celebrar recorriendo benéficos “eternos retornos” al propio corazón y al de las comunidades mientras se transitan los ríos que atraviesan o elegirá dejarse distraer en la ilusión del consumo y de las fugaces satisfacciones inmediatas. Adviento es camino y es retorno.