Cuando me llega la invitación para escribir una reflexión como colaboración para la edición especial con motivo del 112º Aniversario de nuestro querido diario El Debate, yo estaba escribiendo palabras sobre Luis Mac’Kay como respuesta a una solicitud de las autoridades de la Escuela Técnica Nº , que precisamente lleva su nombre, lo que me llevó a pensar en la coincidencia, pues Mac’Kay, oriundo de Gualeguay, quien fuera Diputado Provincial en dos oportunidades en la década del 30, Diputado Nacional de 1946 a 1950, Ministro de Educación de la Nación durante la presidencia de Arturo Frondizi, desplegando una actividad extraordinaria en favor de la educación argentina, participó además en el periodismo local. Y fue precisamente director de El Debate desde 1952 a 1958 en que dejó dicha redacción para ocupar el Ministerio de Educación.
De Luis Mac'Kay conservo muchos recuerdos a partir de mi infancia y mi adolescencia ya que mi padre Humberto Alarcón Muñiz, cuando llega muy joven a Gualeguay, uno de sus primeros amigos fue precisamente Luis, con quien trabó una férrea amistad, la que conservaron durante toda su vida, compartiendo sus ideales políticos, su lucha cívica y su vocación periodística, iniciada en el periódico Voz Radical allá por la década del 30. Lo veo cruzando la Plaza Constitución desde su domicilio, situado frente a ese hermoso paseo, sobre Gregorio Morán, entre Monte Caseros y Remedios Escalada, dirigiéndose hacia su estudio jurídico situado en la intersección de 1er Entrerriano y Remedios Escalada de San Martín, esquina N.E. Creo que sus rasgos físicos denotaban también su personalidad. Sus ojos pequeños permanentemente risueños, y a la vez indagadores, su paso cansino tan peculiar, presta su mano tendida no sólo por mandato de su educación, sino como gesto, implicaban benevolencia, apertura, buena voluntad hacia los demás. Y esa característica era franca, de una generosidad sin límites, con el oído atento a los problemas no solo de sus correligionarios, sino de todos quienes se le acercaban para contarle sus dificultades y preocupaciones. No era tremendista. Mientras estudiaba el posible conflicto llevaba su palabra serena, de aliento y optimismo para aliviar en parte el agobio de la preocupación propia por dichas circunstancias. Esa era su auténtica manera de actuar, con quienes necesitaban de su capacidad no sólo jurídica, sino también humana. Y así era con todos, poderosos y débiles, de todas las clases sociales, de diferentes ideas políticas que se acercaban a su estudio o a su domicilio. Sus conocimientos profesionales y su espíritu profundamente humano eran valores que predisponían a la mediación. No esperaba el reconocimiento. Despojado de toda vanidad, era su mansedumbre una característica en su vida cotidiana. La paz venía de su interior. Era un hombre de paz. Pero también era un hombre de profundas convicciones: lo recuerdo en la tribuna política en donde con encendidas palabras transmitía sus ideales libertarios y democráticos. Su honradez, su ética, son valores ejemplares para resaltar. Y en este momento recuerdo una anécdota que contaban asombrados empleados del Ministerio de Educación de aquel entonces: Como Ministro de Educación tuvo que asistir a la Asamblea de la UNESCO que se desarrollaba en París. Nunca había viajado al exterior e invitó a su esposa para que lo acompañara. Es así que compra de su bolsillo el pasaje para ella en una compañía de aviación. Al regresar, advierte que del viático le sobraban 300 dólares, por lo que los devolvió al Estado. Me contaban que redactó una resolución ministerial que él mismo firmó. En la vida familiar, encontraba siempre un momento, a pesar de sus múltiples tareas, para charlar e interesarse por la actividad de todos los integrantes de su familia. Lo recuerdo acercándose a sus hijos, manteniendo momentos de conversación también con los amigos que frecuentábamos la casa, interesándose por nuestros estudios, nuestras aspiraciones. Lo veo deteniéndose un instante junto a nosotros para escucharnos tocar el piano y hasta compartiendo noches de cine, predilecta salida de la juventud de aquel entonces. Lo recuerdo también yendo a misa, a parroquia San Antonio, los domingos por la mañana, con toda su familia. Su educación católica, su fe inquebrantable hasta los últimos momentos de su vida, su interés por los problemas del hombre, por sus derechos, por sus sueños de crecimiento, nos hablan de una personalidad profundamente humana. Y así lo vi yo. Doy fe de ello. Un hombre con una cultura producto del estudio y del contacto con la gente. Se acumulan en mi muchas anécdotas, pero creo que lo más valioso es poder contar mi visión sobre aspectos de su personalidad, perfiles y matices que encierran valores permanentes de una figura que enaltece nuestro acervo nativo, ya que Luis Mac'Kay es una personalidad más que nos honra como ciudadanos de Gualeguay. Creo que es momento de resaltar figuras como la de Luis Mac'Kay modelo de honradez, de ética, de profundas convicciones democráticas; un hombre que sirvió al país sin interesarse por su crecimiento patrimonial; eso no estaba en sus planes. Solo le interesaba el enriquecimiento de la patria.Zélika Alarcón de Tamaño