Pbro. Jorge H. Leiva
La esperanza y el ánimo para continuar
Jorge Luis Borges pone en boca de Rosendo Juárez -personaje de uno de sus cuentos- la frase que dice “Uno nace donde puede”, como si de uno dependiera el lugar donde ve por primera vez la luz. En realidad, nacer en un lugar es un don y aceptarlo, una tarea.
Lo mismo sucede con lo que aprendemos: no elegimos los maestros, pero luego somos libres para internalizar sus enseñanzas, cuestionarlas o rechazarlas. Entonces, parafraseando a don Jorge Luis Borges, hemos de decir que uno “tiene los profesores que puede” y que luego los elige en la memoria para esa especie de acto de amor que es la re lectura, según le oí decir hace un tiempo al pensador Santiago Kovadloff.
Así fue que al empezar el adviento, tiempo de esperanza, me pareció importante volver al pensamiento de un maestro para re leerlo: se trata del papa Benedicto XVI.
Decía ese magnífico maestro: “A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida. A veces puede parecer que una de estas esperanzas lo llena totalmente y que no necesita de ninguna otra.
En la juventud puede ser la esperanza del amor grande y satisfactorio; la esperanza de cierta posición en la profesión, de uno u otro éxito determinante para el resto de su vida. Sin embargo, cuando estas esperanzas se cumplen, se ve claramente que esto, en realidad, no lo era todo. Está claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá”. Por ejemplo, hace un tiempo teníamos la esperanza del campeonato de fútbol y, finalmente, se hizo realidad. Después de unos días de euforia, empezamos a tener otros anhelos y deseos.
De la misma manera, en nuestra memoria constatamos que muchos de los sueños que se realizaron, sin embargo, no nos dieron plena satisfacción. Siguiendo a otros pensadores, Benedicto XVI confirmó que “…la época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto que parecía poder lograrse gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente.
Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero «reino de Dios». Decía además ese pontífice en el mismo texto más adelante: “Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar…”
¿Qué nos ha pasado en el siglo XX y lo que va del XXI? Hemos visto caer las esperanzas y no necesitamos volver a describir el diagnóstico de nuestro mundo tan hiper- comunicado pero tan des-encontrado, con tantos mensajes y tan pocas verdades fundantes, con tantos placeres pero con demasiadas depresiones.
A su vez, para nuestro pueblo argentino, llegan tiempos de cambio en la dirigencia política, por eso estas palabras resultan más que significativas: “Si no podemos esperar más de lo que es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza”, decía también Benedicto XVI (…) Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar”. Para el ejercicio de relectura, tuve el maestro que pude en el aprendizaje de la esperanza que no defrauda: el difunto papa me enseñó a tener “ánimo para actuar y continuar” y hacer de la vida “adviento”, es decir, advenimiento de buenas noticias.