Pbro. Jorge H. Leiva
Esperanza y destierro
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Hay quienes se asocian en torno al mal y terminan realizando actos que no imaginaban jamás por miedo a que su grupo de pertenencia lo “cancele”, le quite el carnet de socio, lo saque del grupo de WhatsApp, lo discrimine; es que el sentido de pertenencia a una comunidad es fundamental para que un sujeto experimente de modo existencial su dignidad ontológica: nada más doloroso que la expulsión de una comunidad por ejemplo en el destierro o la excomunión.
Es cierto que existe una cierta exclusión por la que ponemos límite a una persona que
necesita ser orientada y corregida: Recuerdo-por ejemplo- la enseñanza de un pediatra que
decía que para poner límites a las travesuras de los niños es bueno encerrarlos con una mini
exclusión- un pequeño exilio benéfico- que dure tantos minutos como años tiene el gurí
porque hay exclusiones que son terapéuticas marcando límites.
Pero sucede que algunos sujetos ante el miedo de ser rechazados por su grupo prefieren
mentir, robar, traficar, corromperse pues para ellos es más importante la sensación de estar
incluidos que la paz que da la compasión para con el otro. De esta manera con este tipo de
sujetos surgen los liderazgos negativos ejercidos por los manipuladores de turno cuya
táctica consiste en la amenaza de exclusión. Esto sucede en nombre del grupo que
representa la seguridad del dinero, del poder o lo que es peor en nombre de una religión.
Y si el “socio” de ese grupo encima tiene poca autoestima y no soporta ni por un instante la
sensación de “no pertenencia” entonces fácilmente se transforma en un soldadito-títere del
poder despótico, obediente hasta la ridiculez… o la crueldad.
Así el que pertenece a una mafia, a una logia, a un cártel de drogas pierde la empatía
porque le importa más el no ser expulsado que ser una persona fraterna.
Una pensadora del siglo XX llamada Hannah Arendt se dio cuenta- en el juicio a un
genocida nazi- que aquel detestable sujeto no era un “monstruo” ya que argumentaba
“haber cumplido órdenes” de sus superiores cuando torturaba; el mal se había banalizado
en él de tal modo que para aquel torturador la sensación de la seguridad del sistema estaba
por encima de la empatía y de la compasión para con los desgraciados de los campos de
concentraciones y que el genocida aquel se percibía como un burócrata, un operario dentro
de un sistema basado en los actos de exterminio, no pudo desterrarse de ese territorio
perverso: Es muy probable que el totalitarismo de los nazis había hecho todo lo posible
para quitarle a ese gaucho la autonomía y la autoestima…como hacen los manipuladores y
los cínicos cuya consigna implícita es denigrar para dominar, es quitar autoestima para
manipular pues quien se siente menos que los demás se valora en cuanto es aceptado,
aunque sea por los grupos de la complicidades fratricidas.
Es así que quizá el “pensamiento débil” y los “vínculos líquidos” de hoy dan al poderoso de
turno la posibilidad de manipulación en base al miedo de estar fuera del consumo que la
publicidad invasiva genera a los consumidores.
Los que creemos en Jesús y en su Iglesia en este jubileo tratamos de enseñar al corazón de
nuestra gente la certeza de que “ser es ser amado” (como decía un filósofo del siglo XX) y
que el amor divino nos capacita para la verdadera libertad interior frente a la manipulación
pues nos libera del miedo a no pertenecer a tal o cual grupo: la esperanza que no defrauda
nos vacuna contra la ilusión casi idolátrica de pertenecer a un grupo que no hace mal.
Necesitemos momento de libre “destierro terapéutico” en cada jornada, tantos minutos
como años tengamos para poner límites a la falta de compasión y para valorarnos por lo que
somos y no por el grupo social al que pertenecemos.