La esperanza, el poder y la violencia
Muchas veces hemos escuchado testimonios de personas relatando como sus papás con sólo mirar ya reprendían a sus hijos cuando era necesario: en un sólo gesto el progenitor de esa familia ya lo decía todo con poder y con autoridad.
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También hemos oído lamentables testimonios padres de familias que fueron perdiendo
autoridad tanto gritar a sus hijos para intentar corregirlos de tal manera que la violencia
verbal o física hizo desaparecer el poder paternal en esa casa.
Hannah Arendt (1906-1975)- filósofa y teórica política alemana de origen judío, conocida
por su análisis del totalitarismo y la “banalidad del mal”- afirmaba que hay que distinguir
claramente la violencia del poder. Ella decía: “La violencia aparece donde el poder se halla
en peligro; pero abandonada a su propio impulso, conduce a la desaparición del poder” y
que quien tiene verdadera autoridad no necesita gritar, manipular o someter sino solamente
algo así como “hacer presencia” con palabras y gestos. Según la IA ella sostenía que el
poder es entendido, así, como acción concertada y buscado por sí mismo para el ejercicio
de las libertades, mientras que la violencia utiliza los instrumentos y abarca los procesos de
la coerción física o psicológica, cuya meta es la sumisión de los individuos que conforman
una comunidad.
En este sentido se puede entender lo que dice actualmente también un pensador italiano: “la
ira es el sentimiento de quien se siente impotente”.
Además, hay quienes piensan que hoy en gran parte el “continente digital” (que habita en
internet) tiene una forma de violencia muy sutil pues cada vez que uno interviene está
siendo “estudiado” por la red como un cautivo posible, como un consumidor masificado y
manipulado por propagandas invisibles pero contundentes.
Estamos llamados a reaccionar con poder, pero sin violencia, como nos lo sugería Hannah.
Así la frase “bienaventurados los mansos” para el célebre polemista inglés llamado Gilbert
Chesterton, no es un llamado a la pasividad, sino a una vida de humildad, mansedumbre y
confianza en Dios, que libera al individuo del egoísmo y la expectativa de la gloria terrenal.
Esta postura, en lugar de debilidad, es una forma de fortaleza que permite al manso recibir
la “tierra” como herencia, en forma de paz, alegría y una perspectiva más profunda de la
vida.
El que cultivó “la esperanza que no defrauda”, no necesita gritar para hacerse valer y para
hacerse oír.
En nuestras parroquias estos días celebraremos la Fiesta de Cristo Rey; según las Escrituras
podemos decir que Jesús de Nazaret unió su poder a la mansedumbre, su autoridad a la
paciencia y la humildad: nadie más debilitado y nadie más poderoso que ÉL.
En su última cena no eligió un acontecimiento deslumbrante para que hagamos memoria de
su entrega y de su reinado: susurró un gesto tan sencillo como contundente como fue la
Fracción del Pan.
Nada más pequeño y a la vez más sabio a la vez que seguir reinando hoy en ese vuelo de
dos alas que es el de la cruz y el del Pan Consagrado.