Exequiel Escobar: “Bolivia, corazón de América” (IV entrega)
Compartimos la cuarta entrega del relato de Exequiel Escobar acerca del viaje que hizo al norte argentino y a Bolivia junto a dos amigos, Indalecio y Arturo. En la edición del sábado pasado, el relato se centró en la excursión a las entrañas de Cerro Chico, minas de Potosí el que resultó muy intenso y apasionante. Después de esta experiencia increíble continuaron viaje hacia Copacabana, el lago Titicaca, la Isla del Sol y las ruinas de Chincana. ¿Seguimos esta aventura y disfrutamos con ellos? ¡Vamos, entonces!
"Totalmente extenuados por la inolvidable experiencia matutina, la tarde sólo fue de descanso, paseamos por el centro potosino, nos comunicamos con familiares, y ya nos dirigimos al hostel en donde habíamos dejado nuestros pertrechos para aprontarnos e irnos a la nueva terminal de ómnibus. Nos esperaba un viaje rumbo a La Paz de unas diez horas. En esta oportunidad, la ciudad de La Paz sólo sería una escala obligada hacia Copacabana, ciudad ribereña del famoso lago Titicaca, al regreso le daríamos, por un par de días, su protagonismo merecido.La ciudad de La Paz nos recibió al amanecer con una neblina espesa, los acantilados por los cuales se transita a su llegada ofrecen la posibilidad de observar la inmensidad, la densidad de población y los enormes desniveles topográficos con los que cuenta. Pocos minutos faltaban para las seis de la madrugada cuando descendimos en la terminal de ómnibus. Inmediatamente nos arrojamos en la búsqueda de un servicio que saliera pronto rumbo a Copacabana. Así es que una hora más tarde ya el ómnibus comenzaba a rodar.A las once de la mañana habíamos llegado, la ciudad nos recibió con un cielo cubierto de nubes algodonadas y con un fresco otoñal. La pasividad matutina que se percibía nos hizo sentir rápidamente a gusto. Buscamos hostel, nos acomodamos, y sin perder demasiado tiempo y acompañados del mate, como de costumbre, salimos a recorrer el pequeño y distante pueblo.El primer destino elegido fue la Catedral de la Virgen de Copacabana, virgencita muy popular en todo el altiplano. De todos los rincones imaginables llegan a bendecir automóviles adquiridos recientemente, agradecer por haber accedido por primera vez a la casa propia o a pedir por similares atributos materiales. Entre rituales que contaban con petardos ensordecedores y arrojando cerveza a la Pachamama, en una mezcla indiscutible de tradiciones originarias con la evangelización llevada a cabo por la colonia, nos topamos en la cima del Monte Calvario, monte en el cual se representan las catorce estaciones del Vía Crucis y al cual nos dirigimos luego de atestiguar la belleza y riqueza con la que cuenta el altar de la Catedral. Si bien hacía ya unos días que nos habíamos acostumbrado a la altura, el ascenso, el cual es muy empinado, obligó a un descanso prolongado en la cima. Desde la vista increíble que el monte nos proporcionaba resultó imposible no tentarnos de tomar la cámara fotográfica y retratarla.Durante la tarde recorrimos los negocios, el mercado central y aprovechando el paseo adquirimos algunas provisiones para el día siguiente. Esa noche, cenamos en un encantador y humilde restaurant. De ahí, satisfechos, nos marchamos al hostel a descansar del largo día. Temprano por la mañana debíamos estar en el puerto para partir hacia la Isla del Sol.A las ocho y media de la mañana, con gran pereza, pues el trajín de los días comenzaba a sentirse, ya estábamos dispuestos en la larga fila de personas prontas a subir a los lanchones con destino a la isla. Tras una breve espera abordamos la lancha y sin perder aún la capacidad de admiración contemplábamos mejor que nunca la inmensidad y belleza del lago Titicaca, famoso por sus 3812 m.s.n.m y sus 8562 km2. Con estas características se posiciona en el lago más amplio y más alto del mundo, nada más, ni nada menos.Tras unas tres horas arribamos a la zona norte de la isla. La isla nos recibió con una llovizna fina pero fuerte debido al considerable viento. Urgía encontrar donde nos alojaríamos los próximos tres días. Un muchacho, residente de la isla, nos simplificó el trabajo ya que inmediatamente se ofreció a buscarnos un lugar. Tras algunas negativas, finalmente encontramos un hostel recientemente habilitado y en plena construcción, no obstante, fue una gran elección, no sólo por la vista increíble que teníamos desde la habitación y su comodidad sino por la valiosísima amabilidad con la que nos recibieron Ovidio y su mujer, los dueños del hostel.Al tiempo que nos acomodábamos en la habitación el tiempo mejoraba y en honor a su nombre el sol tomaba el protagonismo en la isla. Sugestivamente nos invitaba a la playa, que se ubicaba en una pequeña bahía y la cual teníamos a unos pasos. Luego de darle lugar a la ociosidad, acompañados de buena música y gustosos mates, emprendimos la caminata hacia una de las ruinas incas llamada Chincana (el laberinto) precedida por Titikala (Roca Sagrada). Chincana era considerada el lugar de nacimiento de los primeros incas, Manco Kapac y Mama Okclo, hijo e hija de Viracocha (deidad andina). Los incas creían que el son (Inti) nació en este lugar detrás de una gran roca y que lo hizo en forma de un puma agazapado. Precisamente del puma es de donde proviene el nombre del lago, pues "Titi" significa felino o puma y "Caca", mancha, es decir, puma con manchas.Nuevamente la suerte hizo su aparición y metros antes de llegar a Titikala nos encontramos con Carola que se ofreció a ser nuestra guía, contaba con unos 35 años, era oriunda de la isla y tenía dos bellas princesas. Noelia, una de ellas, con carácter, a pesar de sus 4 años, decidió acompañarnos. Gustosos aceptamos la propuesta y una vez más confirmamos luego lo acertado de nuestra decisión. La sabiduría de Carola, la disposición para responder a todas nuestras preguntas y la compañía de Noelia, fueron condimentos esenciales para conformar una tarde maravillosa. ¡Ni qué decir de la majestuosidad de los paisajes que uno encuentra en el trayecto!Para finalizar el día acudimos a un humilde restaurant sobre la playa y cenamos, para combatir el frío de la isla, sopa de quinoa y trucha frita, la cual es costumbre que la sirvan con una guarnición de arroz, verduras salteadas y en ocasiones papas fritas. Durante la cena, agotados de la caminata diurna, programamos los dos días que nos quedaban en la isla."
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