Exequiel Escobar: “Bolivia, corazón de América”
Hoy compartimos la tercera entrega del relato de Exequiel Escobar acerca del viaje que hizo junto a dos amigos al norte argentino y a Bolivia. Estaban en Potosí que recorrieron, indagaron, hurgaron los rincones posibles. Ya caía la tarde y decidieron descansar para apaciguar los nervios y la ansiedad de lo que les esperaba al día siguiente: las entrañas de Cerro Chico, una aventura a toda prueba. ¡Una experiencia imperdible tan bien contada que nos hace vivirla expectantes y con intensidad paso a paso!
"Cerro Rico gozó de fama mundial por su explotación argentífera (extracción de plata). En la época de la colonia contaba con la vetas de plata más importante del mundo. Según los potosinos, la leyenda cuenta que con la plata extraída podría construirse un puente que uniera Madrid con Potosí. La mayor mina con la que cuenta el cerro, en la cual nosotros ingresamos, lleva por nombre a Pailaviri y se explota en forma continua desde el año 1545; cuenta con 17 niveles, que de tres en tres metros totaliza unos 240 metros de profundidad. La temperatura en el interior de la mina puede variar hasta unos 45°C entre el exterior y los niveles más bajos.A las 9 de la mañana ya estábamos en la agencia en donde habíamos contratado el tour el día anterior. Partimos a los pocos minutos, acompañados de un contingente internacional, hacia el lugar en donde nos proveyeron la ropa adecuada: botas, pantalón, camisa, casco y lámpara. Alistados nos dirigimos hacia el mercado de los mineros en donde se adquieren diversas provisiones para llevarles a los mineros que en tanto uno recorre la mina, dejan parte de su vida en la cruda labor. Aquí se puede comprar hojas de coca, gaseosas y hasta detonadores de explosivos.Adquirida ya nuestra provisión, la cual no es opcional, lo que creemos correcto, partimos hacia la boca de ingreso de la mina; el momento tan ansiado y temido ha llegado.Una breve descripción de las actividades que se realizan en la actualidad por parte de nuestro guía Omar principió el ingreso a la mina. Al minuto, Omar se encaminó hacia la boca de la mina y advirtiendo su intención, aleatoriamente nos dispusimos en fila india para seguir sus pasos. Sutilmente todos evitábamos quedar al final de la fila, pues el temor de quedarse aislado ahí dentro no es pequeño. Por suerte, este lugar poco deseado se fue turnando sin mayores inconvenientes. El suelo por el cual transitábamos se encontraba realmente húmedo, incluso se formaban algunos pequeños charcos; todo colaboraba para que las botas incrementaran su peso a cada paso. Se podía percibir también una brisa de aire fresco, seguramente producto de las instalaciones de ventilación con las que cuenta el tortuoso laberinto para disminuir la temperatura y tornar al ambiente algo más habitable. ¡Créanme que aun así el recinto no resulta para nada habitable! Cada paso nuestro estaba guiado por rieles, sobre éstos se desplazan carros con tracción a sangre repletos de rocas, a los cuales en más de una ocasión debimos dar paso ubicándonos como pudiésemos a un costado. Omar, en un par de oportunidades hizo que se detengan para que, las provisiones que habíamos llevado, alivianen aunque sea un ápice el día de los incansables mineros.No sólo había que estar atento a donde ubicar cada paso, sino que debía uno levantar la mirada en todo momento para evitar el choque de nuestros cascos con las instalaciones eléctricas, de aire comprimido (utilizado para los martillos neumáticos) y algún circunstancial decremento en la altura del pasaje. Con todas estas precauciones y con el ritmo cardíaco algo más elevado que lo común llegamos hasta una cavidad: lo que seguía era un descenso de nivel. Aquí Omar ofreció la opción de quedarse ahí a todo aquel que no se sintiera seguro de descender; creo que nadie estaba realmente seguro, pero la opción de quedarse a esperar sólo en medio de la mina, en donde el tiempo se ralentiza considerablemente, no resultaba para nada preferible. Así es que todos asintieron y de a uno comenzamos el descenso. En la estrecha cavidad que se habría en el suelo y de frente a los peldaños de la escalera vertical, sujetada firmemente a las paredes, y divisando sólo al primero, coloqué la bota. Luego con el otro pie buscaba ansioso el siguiente peldaño, había de confiar que allí estaría. Para descender de nivel había que transitar tres escaleras de unos tres metros de longitud cada una, las escaleras se encontraban desfasadas unas de otras.Por suerte sólo fueron dos niveles los que descendimos. En este último nuestra estadía fue breve, pues la abundancia de polvo producto del trabajo de los martillos neumáticos provocaba ciertamente una dificultad y molestia al respirar. De esta manera, aún algo cansados por el descenso, había que emprender el regreso. Si logré que se puedan imaginar lo dificultoso que fue el descenso, intenten hacerlo con el ascenso. Pues la intuición de mirar hacia arriba y ubicar el siguiente escalón no era lo más aconsejable, constantemente caía polvo y alguna que otra piedra que lo impedía.Lo que quedaba ahora era visitar al Tío, así que hacia allí fuimos. Vale decir que dentro de la mina hay muchísimos altares dedicados al Tío. En éstos, los trabajadores realizan sus ofrendas pidiendo por seguridad y porque les permita seguir extrayendo las riquezas del cerro. A los pocos minutos llegamos a uno de estos altares, el cual no era más que un pasaje sin salida que finalizaba con una escultura que representa a la mencionada deidad. El altar estaba rodeado de botellas, todas de bebidas alcohólicas, hojas de coca y colillas de cigarrillos cuidadosamente paradas; indudablemente se habían consumido como ofrendas. La escultura, por así llamarla, es algo grotesca y sin dudas llamativa, incluso si uno es muy sugestivo puede impresionarse. Por las diversas representaciones que ha tenido el Diablo a lo largo de la historia y que son comúnmente conocidas, inmediatamente uno pensaría que lo que se representa es el Diablo, que vive en las profundidades de la Tierra. Sin embargo, el Tío no tiene ninguna relación con el conocido enemigo de Dios; en él los mineros confían su vida y su progreso.Omar, el guía, realizó su ofrenda. Al finalizar, nos sentamos en unas tablas dispuestas artesanalmente a uno y otro lado del Tío. Omar sugirió que todos apaguen el reflector para dar comienzo a la historia del cerro y a diversas leyendas que han perdurado en todos estos años. Al cumplir su sugerencia, aunque hubo algunos algo reticentes, quedamos inmediatamente inmersos en la oscuridad. Una oscuridad perfecta, creo incluso jamás haber presenciado una oscuridad tan absoluta; ningún rayo de luz, por más tenue que sea, alcanzaba aquel recinto. Podría contar aquí las maravillosas historias que nos contó Omar, pero quisiera no dar lugar a mi egoísmo y dejarles la oportunidad de que en algún futuro las escuchen en el mismo entorno que uno, aseguro que no se arrepentirán.Antes de marchar, nuestro compañero Arturo realizó su ofrenda: encendió un cigarrillo, pitó y lo dejó en posición vertical para que el Tío consuma el resto. Seguramente así el Tío nos cuidaría en lo que quedaba del trayecto. Sin dudas que cumplió, tras unos minutos ya podíamos divisar la luz que ingresaba por la salida. ¡Adiós Cerro Rico!
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