Pbro. Jorge H. Leiva
Elecciones, patria y bien común
En años de elecciones conviene recapacitar no sólo en torno al recuento voto a voto, a las estrategias comunicacionales de candidatos y partidos (estrategias que a veces son de manipulación…lamentablemente).
Conviene repensar nuestra condición comunitaria en un sentido bien amplio en el espacio (la tierra patria) y en el tiempo (el proyecto comunitario). No hay salvación individual. Todo proyecto personal es a la vez comunitario y todo proyecto comunitario tiene que tender al bien de cada persona.
Dice el Magisterio del papa y los obispos: “Junto a la llamada personal a la bienaventuranza divina, el hombre posee una dimensión social que es parte esencial de su naturaleza y de su vocación.
En efecto, todos los hombres están llamados a un idéntico fin, que es el mismo Dios. Hay una cierta semejanza entre la comunión de las Personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, fundada en la verdad y en la caridad. El amor al prójimo es inseparable del amor a Dios”.
La persona es y debe ser principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales. Algunas sociedades, como la familia y la comunidad civil, son necesarias para la persona. También son útiles otras asociaciones, tanto dentro de las comunidades políticas como a nivel internacional, en el respeto del principio de subsidiaridad. ¿Qué indica el principio de subsidiaridad?
El principio de subsidiaridad indica que una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándole de sus competencias, sino que más bien debe sostenerle en caso de necesidad. Por ejemplo, el estado no debe interferir en una familia o en un sindicato (comunidades inferiores) salvo que éstos se hayan deteriorado.
Cuando el estado interviene en las comunidades de orden inferior estamos ante el totalitarismo. (El siglo XX ha estado marcado por esta tragedia). ¿Nos basta con cambiar las estructuras del poder? No. Se necesita una permanente conversión del corazón de los ciudadanos, se necesita una mejor educación en sus distintas formas, se precisa la predicación de la Iglesia.
Dice efectivamente el Magisterio: “Una auténtica convivencia humana requiere respetar la justicia y la recta jerarquía de valores, así como el subordinar las dimensiones materiales e instintivas a las interiores y espirituales. En particular, cuando el pecado pervierte el clima social, se necesita hacer un llamamiento a la conversión del corazón y a la gracia de Dios, para conseguir los cambios sociales que estén realmente al servicio de cada persona, considerada en su integridad.
La caridad es el más grande mandamiento social, pues exige y da la capacidad de practicar la justicia”. ¿Y por qué necesitamos elegir autoridades? “Toda sociedad humana tiene necesidad de una autoridad legítima, que asegure el orden y contribuya a la realización del bien común. Esta autoridad tiene su propio fundamento en la naturaleza humana, porque corresponde al orden establecido por Dios”.
La enseñanza del papa y de los obispos nos habla del “bien común” que es “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible, a los grupos y a cada uno de sus miembros, el logro de la propia perfección” (…) La realización más completa del bien común se verifica en aquellas comunidades políticas que defienden y promueven el bien de los ciudadanos y de las instituciones intermedias, sin olvidar el bien universal de la familia humana”. (Textos tomados del “compendio del catecismo”: n 401 ss) Al llegar a este punto me parece oportuno recordar las palabras de la oración por la patria: “Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común. Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz…”